
Septiembre 22, 2025
Lunes inicio de la semana laboral Lunes de Templanza
Por: Ing. Rafael A. Sánchez C.
Mateo 22:39 (RV1960): “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Lo que debía ser una diligencia familiar sencilla —acompañar a mi hermana en su partida hacia Suiza— terminó siendo una amarga lección sobre las precariedades institucionales que aún arrastramos como nación. El Aeropuerto Internacional de las Américas, vitrina natural de la República Dominicana ante el mundo, se sumió ayer en una oscuridad humillante, revelando carencias que trascienden lo técnico y tocan lo ético, lo humano y lo gerencial. Pasajeros en el suelo, personas vulnerables sin asistencia, un vacío de información que generaba incertidumbre, y la penumbra como telón de fondo de lo que debió ser una operación fluida y organizada. Fue, en toda regla, un espectáculo vergonzoso, impropio de una terminal que funge como principal puerta de entrada a nuestro sagrado y vital turismo.
La interrupción ocurrió en la mañana del domingo, a las 9:16 a.m., paralizando la operatividad de la terminal por largas horas. La concesionaria Aerodom informó que la causa fue una avería en una seccionadora interna del edificio terminal —un fallo de origen interno y no del sistema eléctrico nacional—, lo que obligó a extensas labores de recuperación hasta las 6:05 p.m., cuando finalmente se restableció la normalidad. Las consecuencias fueron inmediatas y contundentes: más de veinte vuelos afectados, aerolíneas forzadas a modificar sus itinerarios, miles de pasajeros frustrados y la inevitable repercusión mediática internacional que coloca en tela de juicio nuestra credibilidad logística y turística.
Conviene diferenciar entre lo que podríamos llamar factores externos e internos. En lo externo, la inestabilidad del suministro energético nacional constituye un riesgo sistémico. Aunque esta vez la falla fue interna, el contexto eléctrico vulnerable exige prever redundancias más robustas. En lo interno, sin embargo, radica la raíz del problema: la distribución eléctrica de la terminal, la ausencia de conmutación automática eficaz, la insuficiencia de pruebas preventivas, la falta de equipos de respaldo activos y, sobre todo, la escasa previsión para atender a pasajeros vulnerables revelan una gestión deficiente. Un aeropuerto internacional no puede darse el lujo de improvisar ni de reaccionar tardíamente ante contingencias.
Si bien es cierto que las operaciones de pista y torre de control continuaron funcionando gracias a sistemas de respaldo, evitando un accidente mayor, ello no exime de responsabilidad. La seguridad operacional es vital, pero la dignidad y el trato a los pasajeros lo son igualmente. Quien no se prepara, se prepara para fracasar, decía Benjamin Franklin, y esa verdad se hizo patente en lo
ocurrido. También recordaba Antoine de Saint-Exupéry que si quieres construir un barco no convoques a la gente para cortar madera, sino enséñales a añorar el mar inmenso. En ambos pensamientos converge una idea esencial: sin preparación técnica y sin cultura institucional no hay credibilidad posible.
La imagen internacional ya ha sufrido un golpe. La proyección de pasajeros hacinados en el suelo circuló en medios extranjeros, deteriorando la percepción sobre la República Dominicana y sembrando dudas en potenciales visitantes. Urge entonces una revisión y sustitución inmediata de los equipos eléctricos críticos, pruebas de redundancia automatizada y certificación independiente de los sistemas de respaldo. Del mismo modo, se requieren protocolos sólidos para la atención a personas vulnerables, brigadas de apoyo humano y comunicación proactiva en tiempo real. Una auditoría externa, sanciones cuando corresponda y priorización de inversiones en infraestructura crítica deben convertirse en acciones inmediatas. La transparencia informativa, clara y sin eufemismos, es igualmente indispensable para devolver confianza al ciudadano y al viajero.
Este episodio es una advertencia que no debe caer en saco roto. Un aeropuerto no puede depender de la buena fortuna ni de parches improvisados: es la primera impresión que recibe un extranjero y el último recuerdo de quien nos visita. Dejarlo a merced de contingencias técnicas y humanas es jugar con candela. Como decimos en mi querido Vallejuelo: no jueguen con candela, porque se pueden quemar. La prioridad debe ser, primero, la salvaguarda de vidas humanas, y luego, la preservación de la imagen que sostiene nuestra economía. Ambas deben gestionarse con igual rigor.
Lo vivido en el AILA es una afrenta a nuestra dignidad nacional y debe servir de punto de inflexión. Que este apagón no se quede en anécdota, sino que se transforme en decisión de Estado para fortalecer, auditar y blindar la operación de nuestras infraestructuras críticas. Que nuestro Señor Jesucristo nos agarre confesados.
Escrito por: Ing. Rafael A. Sánchez C.
DIOS ES BUENAZO…!!!